Asha quiere a Canica. Y es quien más la cuida.
Comprueba que tiene comida y agua, le limpia la jaula, la coge todas las noches un ratito «para que tenga apego», y sale con la jaula en brazos a todo correr cada vez que hay un ruido fuerte en el salón, o si ponemos el aire acondicionado, o si le da el sol. Si querer implica cuidar, Asha quiere a Canica mucho, mucho, mucho.
Lo que a Asha no le va a gustar es recordar este corte de pelo suyo del verano pasado. En mi defensa diré que salíamos del confinamiento absoluto y nuestra peluquera de confianza tenía lista de espera de órdago… y pasó lo que pasó. Que la llevé a otro sitio y el «hazle un corte cómodo para el verano» se convirtió en «mamá, pero si es que no me puedo hacer ni una coleta, no me llega el pelo».
Como buena pre-adolescente, aún se acuerda y me lo reprocha. Y también ha vivido con garras afiladas el periodo previo al corte de pelo de este verano. Pero no, esta vez no ha llegado la sangre al río.
Y a todo esto, ¿en qué momento la crónica del amor a un hámster se ha convertido en una reflexión de madre de pre-adolescente que como buena pre-adolescente, ni perdona ni olvida?
Pues mira, no sé. Pero así ha salido.


