REINA DE CORAZONES


A veces la vida se nos atolondra y nos atolondra con ella. Hay días, sí… y especialmente noches (que la noche es siempre traicionera) en que se mezclan las expectativas con la realidad, hay momentos en los que compaginamos atender a una casi bebé con fiebre en el día de su cumpleaños con la inminente llegada de otro bebé. ¿He dicho inminente? En realidad quería decir INMINENTE.

Alarmas desactivadas, no hablo de mí. Pero sí de personas que quiero. Y me da igual contarte en anglosajón que me pongo en sus zapatos o decirte en español que me siento en su piel. El caso es que sí, se atolondró todo y resultó que el día, la noche y la mañana siguiente fueron una amalgama de cosas dispares pero conectadas.

Pero como a toro pasado es más fácil poner orden (y concierto, ya que estamos), empecemos por el principio. First things first, que dirían los de por ahí:

Ella es una ricura. Y a la tierna edad de dos años y un día se le ha acabado la supremacía que ocupaba en su hogar (Pancho no cuenta, Pancho es cascarón de huevo, él juega en otra liga y es lo suficientemente mayor para conocer y reconocer su lugar. Pancho no es un perro cualquiera).

Hablábamos de ella, que cumplió dos años el día de antes de recibir a su hermano. Ella, chica lista, que reivindicó y defendió su propio sitio, y al mismo tiempo buscó un momento y un lugar especial para él, bien cerquita.

Ella, la madrileña más andaluza, como la llama su madrina. Ella, mi niña azul.

Ella, que es una ricura. A las pruebas me remito: